Rompiendo Mitos: La Productividad No Es Cuestión de Horas

Con el inicio de un nuevo año, vuelve a tomar protagonismo un viejo y complicado debate: ¿es realmente posible reducir la jornada laboral sin disminuir los salarios? La idea de una semana de cuatro días, donde se trabaje menos y se cobre lo mismo, ha estado en el centro de innumerables discusiones en los últimos años. Aunque la propuesta resulta atractiva para empleados y, en algunos casos, para empresas que buscan posicionarse como innovadoras y flexibles, el verdadero reto está en abordar una cuestión mucho más compleja: la productividad.

Entender qué significa ser productivo y cómo medirlo sigue siendo una asignatura pendiente, especialmente en un mundo laboral que cambia a una velocidad vertiginosa. Este «elefante en la habitación» ha adquirido aún más relevancia tras los aprendizajes y transformaciones que trajo la pandemia, y todo apunta a que seguirá siendo un tema candente en 2025. Las organizaciones enfrentan un dilema cada vez más evidente: ¿están realmente preparadas para adaptarse a las necesidades de sus empleados? ¿Pueden, además de entenderlas, crear un entorno que las satisfaga sin sacrificar los resultados?

En este contexto de cambio e incertidumbre, emergen fenómenos nuevos y preocupantes, como la denominada «paranoia de la productividad». Este término describe la creciente desconfianza de los líderes y supervisores que, al no tener una supervisión física directa de sus equipos, dudan de su desempeño. Esto genera una presión silenciosa pero constante en los empleados, quienes se sienten obligados a demostrar, incluso de forma exagerada, que son capaces de rendir en modelos de trabajo más flexibles, como el teletrabajo o el trabajo híbrido.

El problema subyacente radica en una cultura laboral que sigue priorizando la presencia física sobre los resultados tangibles. A pesar de que muchas empresas intentan abrazar la flexibilidad, todavía prevalece la idea de que «estar» equivale a «trabajar», y que el tiempo dedicado a una tarea importa más que su impacto real. Este paradigma choca de frente con los cambios en los modelos de organización y las demandas de los profesionales, quienes valoran cada vez más su tiempo y buscan sistemas laborales que reflejen esa evolución.

Las normativas, como el control horario obligatorio, que en su momento fueron pensadas para proteger los derechos de los trabajadores, ahora pueden parecer desfasadas frente a la realidad de un mercado laboral global y dinámico. En una economía donde el talento puede estar en cualquier parte del mundo, el tiempo físico dedicado al trabajo pierde relevancia frente a los resultados. Esto deja a las organizaciones en un terreno complejo: intentar equilibrar normativas rígidas con las demandas de una fuerza laboral que pide flexibilidad, autonomía y reconocimiento basado en logros.

A lo largo de los años, hemos sido testigos de dinámicas laborales que perpetúan el llamado «presentismo». Antes de la pandemia, quedarse en la oficina más allá del horario de salida era una práctica común, casi una norma no escrita para mostrar compromiso y lealtad. Esto no siempre implicaba un mayor desempeño, sino más bien un esfuerzo por cumplir expectativas sociales dentro de la oficina. Con el cambio hacia modelos remotos e híbridos, estas prácticas no han desaparecido por completo, sino que han adoptado nuevas formas, como el «teatro de la productividad». Este concepto se refiere a aquellos empleados que invierten tiempo y esfuerzo en aparentar estar ocupados, en lugar de realizar actividades significativas que aporten valor real a la empresa.

El «teatro de la productividad» representa un riesgo importante para las organizaciones. Cuando los empleados sienten que deben priorizar tareas visibles o altamente perceptibles, como responder correos de inmediato o participar en reuniones sin un propósito claro, en lugar de enfocarse en objetivos estratégicos, la empresa pierde. Esto no solo afecta la moral de los equipos, al sentir que su esfuerzo no está alineado con el éxito de la organización, sino que también puede generar un círculo vicioso de presión y agotamiento.

Por otra parte, la flexibilidad laboral, a menudo vista como la solución ideal, también tiene sus desafíos. Sin una dirección clara sobre cómo medir el éxito y la productividad, las organizaciones corren el riesgo de caer en una productividad artificial, donde se priorizan actividades que simplemente «parecen» útiles. Este tipo de enfoque puede ser perjudicial a largo plazo, ya que desvía la atención de lo que realmente importa: resultados sostenibles y un entorno laboral que promueva la innovación, el bienestar y el desarrollo personal y profesional.

En este escenario, es crucial replantear no solo cómo trabajamos, sino también cómo medimos el impacto del trabajo. La pregunta central no debería ser cuántas horas se dedica a una tarea, sino qué valor se genera a partir de esas horas. Esta reflexión no solo beneficia a los empleados, que se sentirán más valorados y alineados con los objetivos de la organización, sino también a las empresas, que podrán construir modelos más eficientes, inclusivos y preparados para los retos del futuro.

En definitiva, el debate sobre la productividad no es solo una cuestión de horas o modelos laborales, sino un desafío cultural y estructural que exige repensar profundamente cómo entendemos el trabajo y cómo nos adaptamos a las expectativas de un mercado laboral en constante evolución.

14/12/2024®Fuente: GestyFor

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